Lo pensé varios días, lo sigo pensando y sé que lo pensaré mucho tiempo más y jamás sabré cómo puedo empezar siquiera a describir a Manolo.
No pretendo de ninguna manera decir lo que todos ya saben de él, más bien, sí quiero decirles lo que él significa para mí.
A Manolo lo conocí, creo, casi desde que tengo uso de razón cuando iba de vacaciones a la Punta de Bombón.
Si bien mi amistad con él se dio gracias a Paty, su hermana, casi inmediatamente nos hicimos buenos amigos a pesar de que solo nos veíamos en verano.
Yo no he pasado todo lo que muchos, amigos y familia, deben haber pasado con él. Sin embargo, lo que vivimos lo guardo como el mayor tesoro que puedo tener.
Manolo era un ser incondicional, era un amigo a quién tú podías llamar a medianoche para cualquier cosa y él jamás se iba a negar a ayudarte o a estar contigo.
Recuerdo cuando nos sentábamos en la puerta de la casa de mis abuelos allá en La Punta a comer helados, a tomar una gaseosa, una cerveza, a comer un pedazo de chicharrón de chancho que me robaba de las ollas de mi abuela o simplemente a conversar.
Recuerdo las ocasiones cuando íbamos con la gente a la playa, a la discoteca de verano, las veces que me acompañaba a la chacra de mis abuelos y nos íbamos con mis hermanos y sus primos a bañarnos al río.
Recuerdo cuando después que vino a vivir a Lima casi siempre nos reuníamos para pasarla bien. Siempre con una sonrisa en la cara y una anécdota, de las muchas que tenía, a la mano.
Estar junto a Manolo era reírse con él y quererlo un poco más cada vez.
Confieso que si antes recordar todas estas y muchas anécdotas más eran motivo de risa y nostalgia, ahora para mí son motivo de rabia contenida y consternación porque sé que ya no está para pedirle que las cuente nuevamente.
A Manolo la última vez que lo vi fue en el 2007 cuando nos encontramos en la playa de La Punta en carnavales. Nos saludamos como siempre, como dos grandes amigos. Luego nos volvimos a ver cuando nos rescató de los zancudos a Claudia, mi esposa, y a mí, la siguiente noche, en La Pampilla.
No había necesidad de despedirse de él como si ya nunca lo fuera a ver. Simplemente era:"nos vemos, primo".
Y ahora ya no está...
La noche que se nos fue, después de hablar con Neil, su primo, y saber que ya no había más que hacer y aún antes de saber que había fallecido y de tratar inconscientemente de aferrarme a una esperanza, lloré como hace muchos años no lo hacía por alguien, lloré por mi amigo, lloré por mi primo, lloré por mi hermano.
No puedo asimilar, aún, que cada vez que de ahora en adelante vaya a La Punta, ya no lo vea. No puedo, ni por asomo, creer que no podré volver a hablar con él.
No obstante, todos los días lucho con la cabeza que me dice que no está y le enseño a mi corazón a decir que Manolo sigue con nosotros y que, simplemente, no puedo ir a verlo.
De repente es una justificación fácil para mí que estoy aquí en Lima, no lo niego. Si aún escribiendo esto se me escapan las lágrimas yo que solo soy un amigo, no puedo ni imaginar el dolor que debe sentir su familia, su esposa, sus hijos y todo aquel que está cerca de ellos.
Seguir adelante ahora que Manolo no está, es difícil. Sin embargo, por ti, hermano, lo haré y sé que tu familia y todos los que te queremos lo haremos. Así lo habrías querido tú.
Si Dios me sigue dando vida sé que algún día haré lo que una vez me dijiste. Ver a nuestros hijos, amigos, jugar en la playa mientras nosotros, panzones y calvos, nos tomamos una cerveza.
Feliz cumpleaños querido hermano... te quiero.
No pretendo de ninguna manera decir lo que todos ya saben de él, más bien, sí quiero decirles lo que él significa para mí.
A Manolo lo conocí, creo, casi desde que tengo uso de razón cuando iba de vacaciones a la Punta de Bombón.
Si bien mi amistad con él se dio gracias a Paty, su hermana, casi inmediatamente nos hicimos buenos amigos a pesar de que solo nos veíamos en verano.
Yo no he pasado todo lo que muchos, amigos y familia, deben haber pasado con él. Sin embargo, lo que vivimos lo guardo como el mayor tesoro que puedo tener.
Manolo era un ser incondicional, era un amigo a quién tú podías llamar a medianoche para cualquier cosa y él jamás se iba a negar a ayudarte o a estar contigo.
Recuerdo cuando nos sentábamos en la puerta de la casa de mis abuelos allá en La Punta a comer helados, a tomar una gaseosa, una cerveza, a comer un pedazo de chicharrón de chancho que me robaba de las ollas de mi abuela o simplemente a conversar.
Recuerdo las ocasiones cuando íbamos con la gente a la playa, a la discoteca de verano, las veces que me acompañaba a la chacra de mis abuelos y nos íbamos con mis hermanos y sus primos a bañarnos al río.
Recuerdo cuando después que vino a vivir a Lima casi siempre nos reuníamos para pasarla bien. Siempre con una sonrisa en la cara y una anécdota, de las muchas que tenía, a la mano.
Estar junto a Manolo era reírse con él y quererlo un poco más cada vez.
Confieso que si antes recordar todas estas y muchas anécdotas más eran motivo de risa y nostalgia, ahora para mí son motivo de rabia contenida y consternación porque sé que ya no está para pedirle que las cuente nuevamente.
A Manolo la última vez que lo vi fue en el 2007 cuando nos encontramos en la playa de La Punta en carnavales. Nos saludamos como siempre, como dos grandes amigos. Luego nos volvimos a ver cuando nos rescató de los zancudos a Claudia, mi esposa, y a mí, la siguiente noche, en La Pampilla.
No había necesidad de despedirse de él como si ya nunca lo fuera a ver. Simplemente era:"nos vemos, primo".
Y ahora ya no está...
La noche que se nos fue, después de hablar con Neil, su primo, y saber que ya no había más que hacer y aún antes de saber que había fallecido y de tratar inconscientemente de aferrarme a una esperanza, lloré como hace muchos años no lo hacía por alguien, lloré por mi amigo, lloré por mi primo, lloré por mi hermano.
No puedo asimilar, aún, que cada vez que de ahora en adelante vaya a La Punta, ya no lo vea. No puedo, ni por asomo, creer que no podré volver a hablar con él.
No obstante, todos los días lucho con la cabeza que me dice que no está y le enseño a mi corazón a decir que Manolo sigue con nosotros y que, simplemente, no puedo ir a verlo.
De repente es una justificación fácil para mí que estoy aquí en Lima, no lo niego. Si aún escribiendo esto se me escapan las lágrimas yo que solo soy un amigo, no puedo ni imaginar el dolor que debe sentir su familia, su esposa, sus hijos y todo aquel que está cerca de ellos.
Seguir adelante ahora que Manolo no está, es difícil. Sin embargo, por ti, hermano, lo haré y sé que tu familia y todos los que te queremos lo haremos. Así lo habrías querido tú.
Si Dios me sigue dando vida sé que algún día haré lo que una vez me dijiste. Ver a nuestros hijos, amigos, jugar en la playa mientras nosotros, panzones y calvos, nos tomamos una cerveza.
Feliz cumpleaños querido hermano... te quiero.
hola miguel, no se que decir me has hecho llorar por que igual lo siento, mi corazon todavia sufre se siente desgarrado, manolo siempre sera un ejemplo ha seguir como ser humano,ni que decir como amigo, por su alma de niño y su corazon limpio, y por ser como un niño grande es que solo me despierta en mi conciencia y en mi corazon un ejemplo a seguir una pausa una reflexcion en mis hechos y pensamientos.SU SENCILLES Y SU HUMILDADD DE CORAZON ES ALGO QUE TODOS SUS AMIGOS DEBEMOS SEGUIR
ResponderBorrarGRANDE ERES Y SERAS SIEMPRE MANOLO. VIVIRAS SIEMPRE EN NUESTROS CORAZONES. GRANDE ERES MANOLO FELIZ CUMPLEAÑOS MI HERMANO.
ROXANA BOBADILLA.
Que ciertas tus palabras y cuanto lo siento.
ResponderBorrarAlgo se muere en el alma cuando un amigo no esta como dice la cancion pero siempre lo tendremos en nuestro corazon alla donde vayamos.